jueves, 25 de abril de 2024

El labrador, la vid y los sarmientos. Domingo 5º de Pascua. Ciclo B.

 


·Evangelio (Juan 15,1-8)

        Este pasaje se conoce como «la parábola de la vid y los sarmientos». Título erróneo, porque no tiene en cuenta al protagonista principal, el labrador, que es quien poda, arranca y tira los sarmientos que no dan fruto. Y más bien que parábola es una fábula, donde los protagonistas son animales o plantas que pueden hablar y actuar. En este caso, los protagonistas secundarios, los sarmientos, no hablan, pero sí actúan. Algunos deciden mantenerse unidos a la vid, y dan fruto abundante. Otros deciden independizarse, cortar la relación con la vid, y dejan de dar fruto. 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

El enfoque del evangelio, insistiendo en la idea de permanecer en Jesús, se comprende recordando un episodio de Lucas. En la aparición a los discípulos de Emaús, estos terminan pidiéndole: «Quédate con nosotros, Señor». En Juan cambia la perspectiva. Es Jesús quien nos dice: «Permaneced en mí». Es muy distinto «quedarse con» y «permanecer en», aunque parezcan lo mismo. Lo segundo habla de mayor intimidad, como la de un niño en el seno de su madre.

            El título habitual subraya la importancia de la vid. Y en parte lleva razón: de estar unidos a ella o separados de ella depende el futuro de los sarmientos. Pero la vid no hace nada. Simplemente está ahí. Todas las acciones las realizan el labrador o los sarmientos. Enfoque curioso, que nos obliga a reflexionar sobre la importancia de Dios Padre en la vida del cristiano; y el papel fundamental de Jesús, aunque a veces tengamos la impresión de que no hace nada en nuestra vida.

1ª lectura: la viña y la poda de Dios (Hechos de los Apóstoles 9, 26-31)

Aunque no tenga relación con el evangelio, el texto de los Hechos se puede leer como una concreción del mismo. El final nos dice cómo la vid, la comunidad cristiana, se extiende y fructifica. Y la primera parte, la que trata de Pablo, recuerda lo que dice la fábula a propósito del labrador: «a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto». Podar es cortar, herir al árbol, despojarlo de algo que le ha costado tiempo y esfuerzo producir. Pero el campesino lo hace para que esté más sano y fuerte. Eso es lo que hace Dios con Pablo.

En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera discípulo. Entonces Bernabé, tomándolo consigo, lo presentó a los apóstoles y él les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había actuado valientemente en el nombre de Jesús. Saulo se quedó con ellos y se movía con libertad en Jerusalén, actuando valientemente en el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los helenistas, que se propusieron matarlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso. La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en el temor del Señor, y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo.

Después de su conversión, Pablo podría esperar que lo recibieran muy bien en Jerusalén. Pero ocurre algo muy distinto: no se fían de él, lo rehúyen, hasta que Bernabé lo presenta a los apóstoles. Cuando comienza a predicar, los judíos de lengua griega intentan eliminarlo y debe huir a Tarso. En realidad, toda la vida de Pablo fue una gran poda, una vida llena de persecuciones y sufrimientos. Pero a través de ellos se convirtió en el mayor de los apóstoles. Dio mucho fruto. Una buena enseñanza para los que quisiéramos que todo nos fuera bien en la vida, sin ningún tipo de dificultades.

2ª lectura: cómo permanecer unidos a la vid (1ª carta de Juan 3,18-24)

El evangelio insiste en la necesidad de que el sarmiento esté unido a la vid. La segunda lectura nos indica el modo concreto de mantener la unión.

Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.
En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestro corazón ante él, en caso de que nos condene nuestro corazón, pues Dios es mayor que nuestro corazón y lo conoce todo. Queridos, si el corazón no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.

El texto, como es habitual en Juan, resulta complicado y mezcla diversos temas: el amor falso y el verdadero, el complejo de culpabilidad, la confianza en Dios, la observancia de los mandamientos, la fe en Jesús y el amor mutuo, la permanencia en Dios y el don del Espíritu. Siguiendo la metáfora del evangelio, es una vid demasiado frondosa que conviene podar. Bastaría recordar que amar de verdad y con obras equivale a creer en Jesús y amarnos unos a otros. Esa es la forma de permanecer unidos a la vid y la única garantía de que daremos fruto como cristianos.

jueves, 18 de abril de 2024

Pasado, presente y futuro. Domingo 4º de Pascua. Ciclo B

 


En los domingos anteriores se han recordado diversas apariciones de Jesús resucitado. A partir de este domingo y hasta la Ascensión las lecturas del evangelio, tomadas siempre del evangelio de san Juan, se centrarán en diversos aspectos de la relación entre Jesús y el cristiano: buen pastor, vid y sarmientos, mandamiento nuevo, oración sacerdotal.

No es fácil encontrar una relación entre las tres lecturas de hoy porque se usan imágenes muy distintas: Piedra angular para hablar de Jesús (1ª lectura); Padre e hijos para hablar de Dios y nosotros (2ª lectura); pastor y rebaño, para hablar de Jesús y nosotros (evangelio). Buscando una relación entre ellas la vería en el ritmo del tiempo de Jesús y de nosotros.

Pasado y presente de Jesús (Hechos de los apóstoles 4,8-12)

            Se supone conocido el relato anterior. Pedro y Juan suben al templo para la oración de media tarde y en la puerta Hermosa encuentran tendido a un lisiado que les pide limosna. Pedro lo agarra de la mano derecha, lo levanta y lo cura. Ante el asombro del pueblo, Pedro pronuncia un discurso en el que atribuye la curación a Jesús (este discurso se leyó en parte el domingo pasado, 3º del ciclo B). Los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos, se irritan al escuchar sus palabras y al día siguiente los convocan ante el Consejo y los interrogan. La respuesta de Pedro es la siguiente:

 

En aquellos días, lleno de Espíritu Santo, Pedro dijo:

«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es “la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos»

Para un judío, el nombre equivale a la persona. El nombre de Jesús es Jesús. En estas pocas palabras se resume su pasado y su presente. El pasado ofrece una imagen de Jesús totalmente pasiva: no se recuerda su predicación ni sus milagros. Sólo se cuenta lo que hicieron con él las autoridades judías y Dios. Las autoridades lo rechazaron y crucificaron; Dios los resucitó y convirtió en piedra angular. De esto se deduce su situación presente: él es quien ha curado al lisiado, y el único que puede salvarnos a todos nosotros.

Presente y futuro del cristiano (1ª carta de Juan 3, 1-2)

 

Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

La 1ª lectura hablaba del pasado y el presente de Jesús. Esta 2ª habla de nuestro presente y nuestro futuro. El presente: somos hijos de Dios. El futuro: seremos semejantes a Dios. Cuando nace un niño siempre se buscan parecidos con el padre, la madre y otros miembros de la familia. Para el autor de la carta, nuestra semejanza con Dios no es algo que se perciba ya desde ahora; se manifestará en el futuro, cuando veamos a Dios cara a cara. Pero eso no impide que seamos ya realmente hijos de Dios. Lástima que esto no se valore. Si fuéramos hijos de un deportista famoso o de un cantante de moda, todos querrían hacerse una foto con nosotros.

Pasado y futuro de Jesús (evangelio de Juan 10, 11-18)


En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».»

 

            La imagen del pastor era frecuente en el Antiguo Oriente para referirse al rey: simbolizaba la relación correcta con sus súbditos, que no debía ser despótica sino preocupada por su bienestar. Jesús se la aplica, pero llegando a un extremo que no se da entre los pastores: da la vida por sus ovejas. Es cierto que un pastor, a diferencia del asalariado, está dispuesto a luchar con el lobo para defender al rebaño. Pero no es normal que esté dispuesto a morir por sus ovejas. A tanto no llega. Jesús, en cambio, ve así su misión: dar la vida por ellas. No lo hace por obligación, forzado, sino libremente. Sabiendo que esa vida que entrega la podrá recuperar. Y esto tampoco puede hacerlo un pastor normal y corriente. Aunque el evangelio hable de Jesús como “el buen pastor” debería haber dicho: bueno y excepcional.

Este pasaje del evangelio concede también especial importancia al futuro de Jesús: a su labor con respecto a otras ovejas, a las que debe buscar para que haya un solo rebaño y un solo pastor. Es una referencia a las comunidades cristianas que se irían formando en países paganos y a todos nosotros. 

Reflexión final

Relacionando las tres lecturas, Jesús, buen pastor nos ha salvado y nos ha conseguido el ser hijos de Dios. A nosotros nos corresponde escuchar su voz y agradecerle el don que nos ha hecho.

 

jueves, 11 de abril de 2024

Perdón, resurrección y misión. Domingo 3º de Pascua. Ciclo B

  


El perdón

            Las tres lecturas de hoy coinciden en el tema del perdón de los pecados a todo el mundo gracias a la muerte de Jesús. La primera termina: “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.” La segunda comienza: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo.” En el evangelio, Jesús afirma que “en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”.

Personas con poco conocimiento de la cultura antigua suele decir que la conciencia del pecado es fruto de la mentalidad judeocristiana para amargarle la vida a la gente. Pero la angustia por el pecado se encuentra documentada milenios antes, en Mesopotamia y Egipto. Lo típico del NT es anunciar el perdón de los pecados gracias a la muerte de Jesús.

La resurrección

            En esta época de Pascua, es lógico que el evangelio de este domingo conceda especial importancia a la resurrección de Jesús. Imaginemos la situación de los primeros misioneros cristianos. ¿Cómo convencer a la gente para que crea que una persona condenada a la muerte más vergonzosa por las autoridades, religiosas, intelectuales y políticas ha resucitado, de que Jesús sigue realmente vivo?

Lucas parece moverse entre cristianos que tienen muchas dudas a propósito de la resurrección (recuérdese que en Corinto había cristianos que la negaban), y proyecta esa situación en los apóstoles: ellos son los primeros en dudar y negarse a creer, pero Jesús les ofrece pruebas físicas irrefutables: camina con los dos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa, bendice y parte el pan. El episodio siguiente, el que leemos este domingo, insiste en las pruebas físicas: Jesús les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de tocarlos, y llega a comer un trozo de pescado ante ellos.

En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:

«Paz a vosotros».

Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo:

«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:

«Tenéis ahí algo de comer?».

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.

            El hecho de que Jesús comiese un trozo de pescado podría ser una prueba contundente para los discípulos, pero no para nosotros, los lectores actuales del evangelio, que debemos hacer un nuevo acto de fe: creer lo que cuenta Lucas.

            Por eso, el evangelista añade un breve discurso de Jesús que está dirigido a todos nosotros: en él no pretende probar nada, sino explicar el sentido de su pasión, muerte y resurrección. Y el único camino es abrirnos el entendimiento para comprender las Escrituras. A través de ella, de los anunciado por Moisés, los profetas y los salmos, se ilumina el misterio de su muerte, que es para nosotros causa de perdón y salvación.

Y les dijo:

«Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo:

«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

La misión

Las últimas palabras de Jesús anuncian el futuro: “En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.” La frase final: “vosotros sois testigos de esto” parece dirigida a nosotros, después de veinte siglos. Somos testigos de la expansión del evangelio entre personas que, como dice la primera carta de Pedro, “lo amáis sin haberlo visto”. Esta es la mejor prueba de la resurrección de Jesús.

1ª lectura (Hechos de los Apóstoles 3, 13-15. 17-19)

En aquellos días, Pedro dijo a la gente:

El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo.

Vosotros renegasteis del Santo y del justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello.

Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer.

Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.

2ª lectura (Primera carta del Apóstol San Juan 2, 1-5a)

Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.

 

 

jueves, 4 de abril de 2024

Una aparición muy peculiar. Domingo 2º de Pascua. Ciclo B.

  


Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé), y también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»). En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el del próximo domingo (Juan 20,19-31).

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

«Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

«Hemos visto al Señor».

Pero él les contestó:

«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

«Paz a vosotros».

Luego dijo a Tomás:

«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».

Contestó Tomás:

«Señor mío y Dios mío!».

Jesús le dijo:

«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Las peculiaridades de este relato de Juan

1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle.

2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero no es tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros» sólo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.

3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber visto».

4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.

5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.

6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este  momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.

* * *

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 4,32-35

Efecto de la resurrección en la comunidad cristiana, insistiendo en compartir los bienes.


En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.

2ª Lectura: Primera carta de san Juan 5,1-6

Consecuencias para el cristiano de la fe en Jesús Mesías: 1) se convierte en hijo de Dios, ha nacido de él; 2) ama a Dios; 3) ama a los hijos de Dios (en esto consisten “sus mandamientos”, de hecho, uno solo: “amaos unos a otros como yo os he amado”); 4) vence al mundo, que niega que Jesús es el Hijo de Dios, o la realidad de su muerte; el Espíritu testimonia que “vino con agua y sangre”.


Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Dios que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

 

jueves, 28 de marzo de 2024

Tres reacciones ante la resurrección de Jesús. Domingo de Pascua



La tumba vacía

Una elección extraña

             Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.

      EL primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. 

           María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.

Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.

El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.

El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).

¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?

 Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.

Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.

A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:

a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);

b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: 

            «Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.

Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4

HERMANOS:

Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.

Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.

jueves, 21 de marzo de 2024

Domingo de Ramos. Ciclo B

 


Este domingo se lee el relato de la Pasión de Jesús en el evangelio de Marcos, precedido de dos lecturas: una del libro de Isaías y otra de la carta a los Filipenses. Dada su extensión, la Conferencia Episcopal permite que, atendiendo a la índole de la asamblea, se lea una sola de las dos lecturas, o incluso que solo se lea el evangelio. Pero ambas ayudan grandemente a comprender la pasión de Jesús.

El Siervo (Jesús) acepta el plan de Dios (Isaías 50,4-7)

«Jesús murió porque hizo la cosa más inadecuada (entrada triunfal) en el momento más inadecuado (semana de Pascua) y en el sitio más inadecuado (Jerusalén)». ¿Una imprudencia? ¿Un suicidio? La lectura de Isaías indica que Jesús sabe perfectamente que le esperan golpes, insultos y salivazos. Ha sido el Padre quien se lo ha comunicado. Y él no se echó atrás. Lo aceptó, convencido de que el Padre lo ayuda y no quedará defraudado. Al mismo tiempo, el Padre le ha encomendado «decir al abatido una palabra de aliento». Y quien sufre hasta la muerte es la persona más capacitada para animar a los que sufren.

El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo,

para saber decir al abatido una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído,

para que escuche como los discípulos.

El Señor Dios me abrió el oído;

yo no resistí ni me eché atrás.

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,

las mejillas a los que mesaban mi barba;

no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.

El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes;

por eso endurecí el rostro como pedernal,

sabiendo que no quedaría defraudado.

Por la cruz a la victoria (Filipenses 2,6-11)

El Siervo estaba convencido de que no quedaría defraudado. Y eso mismo ocurre con Jesús. La lectura de la pasión no es la historia de un fracaso, sino de un triunfo. A la muerte más cruel e infamante, la de cruz, sigue el nombre sobre todo nombre y la adoración de todas las creaturas.

Cristo Jesús, siendo de condición divina,

no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;

al contrario, se despojó de sí mismo

tomando la condición de esclavo,

hecho semejante a los hombres.

Y así, reconocido como hombre por su presencia,

se humilló a sí mismo,

hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo exaltó sobre todo

y le concedió el nombre sobre todo nombre;

de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble

en el cielo, en la tierra, en el abismo,

y toda lengua proclame:

Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Pasión de Jesucristo según san Marcos (14,1-15,47)

            Este domingo se lee el relato de la Pasión de Jesús en el evangelio de Marcos. Dada su extensión me limito a sugerir dos puntos de atención (Jesús y sus discípulos) y a ofrecer cuatro posibles lecturas de la pasión.

¿Quién es Jesús?

El relato del capítulo 15 supone un gran contraste con el de los dos capítulos anteriores, 13-14. En estos, Jesús se enfrenta a toda clase de adversarios en diversas disputas y los vence con facilidad. Ahora, los adversarios, derrotados a nivel intelectual, deciden vencerlo a nivel físico, matándolo (14,1). Lo que más se destaca en Jesús es su conocimiento y conciencia plena de lo que va a ocurrir: sabe que está cercana su sepultura (14,8), que será traicionado por uno de los suyos (14,18), que morirá sin remedio (14,21), que los discípulos se dispersarán (14,27), que está cerca quien lo entrega (14,42). Las palabras que pronuncia en esta sección están marcadas por esta conciencia del final y tienen una carga de tristeza. Como cualquiera que se acerca a la muerte, Jesús sabe que hay cosas que se pierden definitivamente: la cercanía de los amigos (“a mí no siempre me tendréis con vosotros”: 14,7), la copa de vino compartida (14,25). No falta un tono de esperanza: del vino volverá a gozar en el Reino de Dios (14,25), con los discípulos se reencontrará en Galilea (14,28). Pero predomina en sus palabras un tono de tristeza, incluso de amargura (14,37.48-49), con el que Marcos subraya ―una vez más― la humanidad profunda de Jesús.

Cuatro veces se debate en estos capítulos la identidad de Jesús: el sumo sacerdote le pregunta si es el Mesías (14,61), Pilato le pregunta si es el Rey de los judíos (15,2), los sumos sacerdotes y escribas ponen como condición para creer que es el Mesías que baje de la cruz (15,31-32), el centurión confiesa que es hijo de Dios (15,39). A la pregunta del sumo sacerdote responde Jesús en sentido afirmativo, pero centrando su respuesta no en el Mesías, sino en el Hijo del Hombre triunfante (14,62). A la pregunta de Pilato responde con una evasiva: “tú lo dices” (15,2). A la condición de los sumos sacerdotes y escribas no responde. Cuando el centurión lo confiesa hijo de Dios, Jesús ya ha muerto. 

Los discípulos

Los datos son conocidos. Se entristecen al enterarse de que uno de ellos lo traicionará; pero, llegado el momento, todos huyen. Una vez más, Pedro desempeña un papel preponderante. Se considera superior a los otros, más fiel y firme (14,29), pero comenzará por quedarse dormido en el huerto (14,37) y terminará negando a Jesús (14,66-72). En este contexto de abandono total por parte de los discípulos adquiere gran fuerza la escena final del Calvario, cuando se habla de las mujeres que no sólo están al pie de la cruz, sino que acompañaron a Jesús durante su vida (15,40-41).

Cuatro lecturas posibles de los relatos de la pasión de Jesús.

La lectura de identificación personal y afectiva

            El testimonio escrito más antiguo que poseemos en este sentido es el de san Pablo. A veces, cuando habla de la muerte de Jesús, lo hace con frialdad dogmática, recordando que murió por nuestros pecados. Pero en otra ocasión lo enfoca de manera muy personal y afectiva: “He quedado crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí. Y mientras vivo en la carne vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). En línea parecida, san Ignacio de Loyola, en la tercera semana de los Ejercicios espirituales, cuando se contempla la pasión, el ejercitante debe pedir “dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, llanto, pena interna de tanta pena como el Señor pasó por mí”.

La lectura indignada

            Es la que practicamos todas las mañanas al leer el periódico, cuando acompañamos la lectura de los titulares y de las noticias con toda suerte de imprecaciones, insultos y maldiciones. Los relatos de la pasión cuentan tal cantidad de atropellos, injusticias, traiciones, que se prestan a una lectura indignada. Sin embargo, los evangelios nunca invitan al lector a indignarse con la traición de Judas, a maldecir a las autoridades judías o romanas que condenan a Jesús, a insultar a quienes se burlan de él, a sentir como en el propio cuerpo los azotes, la corona de espina o los clavos, a llorar la muerte de Jesús. En ningún momento pretenden los evangelios excitar los sentimientos y, mucho menos, fomentar el sentimentalismo.

La lectura detallada

https://www.dropbox.com/s/1fm0ubby7kr5mue/La%20Pasi%C3%B3n%20de%20Jes%C3%BAs%20en%20el%20evangelio%20de%20Mc.docx?dl=0

Ofrezco un extenso comentario, que puede bajarse de la dirección indicada. En el ángulo superior derecho aparecerán dos ventanitas: COMPARTIR y ABRIR. Se pulsa ABRIR y se elige la opción que prefiera.

Presto gran atención a cuatro aspectos:

1) la división minuciosa de cada episodio, que a veces quizá parezca exagerada, como cuando distingo siete momentos en el relato de la oración del huerto; pero es la única forma de no pasar por alto detalles importantes.

2) los protagonistas, advirtiendo qué hacen o no hacen, qué dicen o no dicen, cómo reaccionan, por qué motivos se mueven, qué sienten.

3) la acción que se cuenta y sus presupuestos; a veces predominará lo informativo, ya que ciertos detalles a veces no se conocen bien, como la celebración de la Pascua en el mundo judío y en Qumrán o el proceso ante el Sanedrín.

4) el arte narrativo de Mc, que a menudo no se tiene en cuenta, pero que sirve también para captar su teología.

Este tipo de lectura, aunque aplique el mismo método a todas las escenas, pone de relieve lo típico de cada una de ellas y deja claro que el relato de la pasión está formado por episodios aparentemente cotidianos y por otros terriblemente dramáticos, como la oración del huerto. Lo importante es captar el espíritu y mensaje de cada episodio y el mensaje global de cada evangelio.

La lectura interactiva y orante

            Sería la respuesta personal al comentario anterior, reflexionando cada cual sobre lo que el texto le sugiere y lo que le invita a pedir.